La vida como una secuencia entre la imagen fija y el movimiento. Ante la pregunta de si se puede bailar lo que se vive, quizás una de las posibles respuestas sea comenzar por tocar la materia y explorar sus diferentes estados. Stéphane Gladyszewski mete la mano en una cubeta de agua con hielo, y el frío llega hasta el público. La atención se queda suspendida cuando coge una pipa y proyecta el humo sobre el líquido. Agua en diferentes texturas para transitar orgánicamente por la pieza, un relato autobiográfico del bailarín canadiense sobre la construcción de su identidad y su masculinidad. Normalmente, ya lo sabemos, esta se piensa desde los márgenes (feminismo, pensamiento decolonial, teorías queer). En Corps noir, la masculinidad se mira desde la propia visión autobiográfica, la transición entre distintos estados físicos (un tema central a la experiencia de la danza) y la relación con el padre, que surge totémico en el inconsciente y en el proyector que hay en escena. Ese interés por la interacción entre las artes visuales y las artes escénicas está presente desde los orígenes de su carrera: Gladyszewski trabajó como fotógrafo antes de licenciarse en Bellas Artes en la Universidad de Quebec en Montreal (UQAM) y en la Concordia University. Sus procesos de investigación se han orientado desde entonces hacia experimentos “tecnoorgánicos” para revelar las partes escondidas de nuestra corporalidad.
Una mujer mira por la cámara y recoge todo lo que sucede en escena encima de raíles con movimiento de trávelin. Pero no sólo hay trabajo con la imagen, sino que también construyen la coreografía algunos objetos que se despliegan y crean una sensación envolvente: cuando Gladyszewski agita una tela como si de un mantón se tratase vemos imágenes proyectadas del baño de un bebé. La tecnología acompaña así todo el proceso como si fuera el cuerpo del que se nos invita a participar. En 2008 el bailarín creó un sistema de proyección de “vídeo térmico”, con el que podía manipular imágenes y dotarlas de cualidades hápticas. Esta es una de las obsesiones de la performance desde los setenta: entender la imagen casi como un barro con el que trabajar. Aquí directamente no hay metáforas. Gladyszewski manipula una escultura de una vagina y la imagen proyectada se va transformando según la va amasando. En este sentido las referencias a la femineidad van emergiendo de forma más referencial o más simbólica: a la izquierda del todo hay una enorme nevera que opera como un útero. El bailarín nada en una pequeña piscina, pero también se mete en el frigorífico, aludiendo a un estado embrionario como principio de su identidad. De ahí surgen los huesos: una cuerda anudada funciona como una columna vertebral, que el performer toca para articular su propio movimiento y su discurso biográfico. Se trata de una masculinidad expansiva, con algunos momentos que rozan la autocomplacencia y ligeramente el narcisismo (las referencias al test de Rorschach insisten de manera, quizá, prescindible, en aspectos de su personalidad que quedan suficientemente claros a través de todo lo demás), pero que llena la escena de imágenes sutiles e impactantes. El cuerpo de Gladyszewski se superpone a una proyección de su propio padre. La identidad no es más que el movimiento que surge ante una imagen fija. El subtítulo de la imagen no deja lugar a dudas: “Thank you, daddy”.
Fechas: 31 de mayo y 1 de junio.
(Corps Noir en Naves Matadero)